3 may 2014

MANE NOVISCUM DOMINE

Meditaciones de Juan Pablo II acerca de los discípulos de Emaús. 
Extraídas de la carta apostólica MANE NOBISCUM DOMINE 

"Quédate con nosotros, Señor, porque atardece y el día va de caída" (cf Lc 24, 29). Ésta fue la invitación apremiante que, la tarde misma del día de la resurrección, los dos discípulos que se dirigían hacia Emaús hicieron al Caminante que a lo largo del trayecto se había unido a ellos. Abrumados por tristes pensamientos, no se imaginaban que aquel desconocido fuera precisamente su Maestro, ya resucitado. No obstante, habían experimentado cómo "ardía" su corazón (cf ibíd 32) mientras él les hablaba "explicando" las Escrituras. La luz de la Palabra ablandaba la dureza de su corazón y "se les abrieron los ojos" (cf ibíd 31). Entre la penumbra del crepúsculo y el ánimo sombrío que les embargaba, aquel Caminante era un rayo de luz que despertaba la esperanza y abría su espíritu al deseo de la plena luz. "Quédate con nosotros", suplicaron, y Él aceptó. Poco después el rostro de Jesús desaparecía, pero el Maestro se había quedado veladamente en el "pan partido", ante el cual se habían abierto sus ojos.
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El relato de la aparición de Jesús resucitado a los dos discípulos de Emaús nos ayuda a enfocar un primer aspecto del misterio eucarístico que nunca debe faltar en la devoción del Pueblo de Dios: ¡La eucaristía misterio de luz! ¿En que sentido puede decirse esto y qué implica para la espiritualidad y la vida cristiana?
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Es significativo que los dos discípulos de Emaús, oportunamente preparados por la palabras del Señor, lo reconocieran mientras estaban a la mesa en el gesto sencillo de la "fracción del pan". Una vez que las mentes están iluminadas y los corazones enfervorizados, los signos "hablan". (...)
Cuando los discípulos de Emaús le pidieron que se quedara "con ellos", Jesús contestó con un don mucho mayor. Mediante el sacramento de la Eucaristía encontró el modo de quedarse "en" ellos. Recibir la Eucaristía es entrar en profunda comunión con Jesús. (...)
Los dos discípulos de Emaús, tras haber reconocido al Señor, "se levantaron al momento" (Lc 24, 33) para ir a comunicar lo que habían visto y oído. Cuando se ha tenido verdadera experiencia del Resucitado, alimentándose de su cuerpo y de su sangre, no se puede guardar la alegría sólo para uno mismo. El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio.  (...)

Leer la carta apostólica completa en este enlace

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